Un equipo de la Universidad de Chicago encontró nuevas propiedades en la zeaxantina. El hallazgo abre la puerta a nuevas estrategias para la eficacia de la inmunoterapia
El análisis de la población canina local aporta claves sobre la supervivencia en ambientes extremos y contaminados
NUEVA YORK.â?? Por una vez, a Matthew Slater le gustaría experimentar una resaca. Pero aunque Slater, de 34 años, se termine una botella de vodka, al día siguiente se despierta sintiéndose bien."A menos que me conozcan, la gente no me cree", dijo Slater. "Se da por sentado que cuando bebes un montón de veneno, tu cuerpo va a reaccionar", sumó.Daniel Adams, de 23 años, tampoco se ha sentido nunca mareado o tembloroso a la mañana siguiente de una noche de fiesta. Una noche, a principios de este mes, bebió un paquete de seis cervezas Budweiser, luego otro de seis cervezas Coors Light y después unos cuantos chupitos (no recuerda cuántos).A la mañana siguiente, mientras sus amigos se quejaban, se levantó a las 6.30 y corrió más de seis kilómetros.Los científicos tienen un término para la gente como Slater y Adams: "resistentes a la resaca". Y durante la última década y media, los investigadores han intentado comprender por qué algunas personas se sienten cansadas y agotadas al día siguiente de beber, y otras no sienten nada en absoluto.Es difícil determinar cuántas personas son realmente resistentes a la resaca. Gran parte de las investigaciones se basan en que los participantes del ensayo describan la agonía de sus propias resacas, una medida subjetiva. Después de todo, un dolor de cabeza insoportable para una persona puede no parecer digno de mención para otra.Uno de los primeros estudios que demostró la prevalencia de la resistencia a la resaca se publicó en 2008. Los investigadores descubrieron el fenómeno por casualidad, dijo Jonathan Howland, profesor emérito de la Facultad de Medicina de la Universidad de Boston y uno de los autores del artículo. Habían estado intentando comprender cómo afectaba el consumo excesivo de alcohol al rendimiento laboral de las personas al día siguiente, solo para descubrir que casi una cuarta parte no tenía resaca para nada.Los investigadores realizaron varias variaciones del estudio, examinando a cientos de estudiantes de la zona de Boston y a personal marítimo sueco.Prueba de laboratorioPor lo general, el equipo mantenía a los participantes en un laboratorio durante la noche y daba a cada persona alcohol suficiente para elevar su contenido de alcohol en sangre a alrededor de 0,12, de modo que estuvieran suficientemente intoxicados, dijo Damaris Rohsenow, profesora de ciencias sociales y del comportamiento de la Universidad Brown, quien trabajó en los ensayos. Durante toda la noche, los profesionales médicos controlaron a los participantes. Cada hora, comprobaban que nadie hubiera vomitado.Por la mañana, los investigadores hacían una serie de preguntas a los participantes. En una escala del uno al 10: ¿Cómo estaban de mareados? ¿Cuánta sed tenían? ¿Qué tantas náuseas?Los investigadores también analizaron estudios anteriores entre distintos grupos, como estudiantes de secundaria, adultos de zonas rurales de Michigan y personas en tratamiento por trastorno por consumo de alcohol. Los resultados de todos estos estudios mostraron que, en promedio, aproximadamente una cuarta parte de las personas no sentían resaca."Era la misma cifra una y otra vez", dijo Howland.La única pregunta era por qué. Nadie comprende todos los factores que causan la resaca, planteó Howland, lo que hace que la resistencia a la resaca sea difícil de estudiar. Pero los investigadores han planteado algunas teorías sobre por qué unos pocos afortunados permanecen inmunes.Uno de los sospechosos es la genética, que ayuda a determinar el ritmo al que nuestro organismo descompone el alcohol. Quien metaboliza el alcohol más rápidamente suele tener resacas menos graves, dijo Ann-Kathrin Stock, neurocientífica de la Universidad Técnica de Dresde. La genética parece desempeñar un papel más importante en algunas poblaciones que en otras, dijo. Por ejemplo, las personas de ascendencia asiática oriental suelen decir que sufren terribles resacas, lo que puede deberse a que muchas tienen niveles muy bajos de una enzima que ayuda a procesar el alcohol y sus metabolitos tóxicos.Otra teoría es que las personas con sistemas inmunitarios más débiles pueden ser más susceptibles a las resacas, dijo Stock. El alcohol puede desencadenar una inflamación generalizada â??en parte, por eso, una mala resaca puede parecer una enfermedadâ?? y una mayor inflamación suele significar que la gente se siente más enferma, señaló.Las personas resistentes a la resaca también suelen presentar niveles bajos de ansiedad en general, añadió Stock, mientras que quienes ya están estresados o deprimidos son más propensos a sufrir resaca, y de la mala.Muchas cosas sobre las resacas siguen siendo un misterio. Los investigadores aún no saben si las personas que tienen peores resacas son más susceptibles a otros efectos negativos del alcohol, o si la resistencia a la resaca lleva a la gente a beber más. Pero es difícil que los investigadores consigan muchos fondos para estudiar el tema, advirtió Rohsenow. Y sin más ensayos, las personas como Slater siguen siendo una especie de maravilla médica.Por su parte, Slater sabe que sus amigos están celosos de su vida sin resaca. Pero también se pregunta si bebería menos en caso de que, como otras personas, se sintiera fatal al día siguiente.Dani Blum
Desde hace tiempo, la ciencia abandonó la idea de que el cáncer es una enfermedad única. Hoy se habla de una constelación de patologías, cada una con características propias. En ese contexto, algunos de los avances más prometedores son los tratamientos "agnósticos", que no se enfocan en el órgano afectado, sino en patrones genéticos comunes a diferentes tipos de tumores. La gran incógnita es si alguna vez se hallará una "llave maestra" capaz de atacar al cáncer en su conjunto. Ahora, un estudio israelí parece avanzar en esa dirección.El trabajo, desarrollado en el Instituto de Ciencias Weizmann y publicado en la revista Cancer Cell, parte de una premisa clave: para poder crecer, los tumores deben manipular el sistema inmunológico. En particular, aprovechan un tipo de célula conocida como macrófago, que en lugar de combatir al tumor, termina ayudándolo: lo protege del ataque inmunológico, promueve la formación de vasos sanguíneos y facilita su expansión. Los investigadores descubrieron ahora un "gen maestro" que transforma a estos macrófagos en aliados del cáncer. Y también lograron desactivarlo.Con tecnologías de edición genética, análisis unicelular e inteligencia artificial, los científicos identificaron ese gen clave y diseñaron una nueva terapia que demostró ser efectiva en ratones con cáncer de vejiga, uno de los tumores más frecuentes en humanos."Los macrófagos pueden ser armas muy poderosas contra el cáncer", explicó Ido Amit, profesor del Departamento de Inmunología de Sistemas del Weizmann. "Tienen la capacidad de promover inflamación anticancerígena o de alertar al resto del sistema inmune sobre la presencia de células tumorales. Justamente por eso, los tumores necesitan 'reclutarlos' para poder desarrollarse".Según Amit, los tumores logran dos objetivos: neutralizan las funciones antitumorales de los macrófagos y potencian sus capacidades a favor del cáncer, como suprimir otras células inmunes o estimular la formación de vasos sanguíneos que oxigenen el tumor.En los últimos años, distintos estudios demostraron que la forma en que los macrófagos son activados â??si ayudan o frenan al tumorâ?? impacta en la sobrevida de los pacientes. También se intentaron terapias para "reeducar" a los macrófagos, pero sin éxito. "El problema es que se los clasificó en dos grandes grupos: protumorales y antitumorales. Esa mirada binaria es demasiado simplista", agregó Amit.El nuevo enfoque, liderado por Fadi Sheban, fue mucho más preciso. "Empezamos revisando bases de datos de macrófagos extraídos de tumores humanos. Analizamos las distintas funciones que cumplían estas células y así identificamos 120 genes sospechosos de estar vinculados a su rol protumoral".Luego desarrollaron un sistema para analizar esos genes y encontrar cuáles eran verdaderamente cruciales para que el cáncer manipule a los macrófagos. Aplicaron tecnologías de resolución unicelular junto con la edición genética CRISPR-Cas9. De este modo, eliminaron uno a uno los genes de cada macrófago y observaron cómo cambiaban sus funciones."Secuenciamos más de 100.000 macrófagos editados. Al principio no podíamos identificar con claridad qué genes eran relevantes ni qué funciones regulaban", explicó Sheban. Para eso usaron una herramienta desarrollada por el profesor Nir Yosef, también del Weizmann, llamada MrVI, que les permitió representar la información en un mapa funcional. Así visualizaron cómo distintos reguladores genéticos afectaban las capacidades de los macrófagos.Gracias a esa herramienta, los investigadores detectaron un gen que sobresalía: Zeb2, nunca antes estudiado en este contexto. "Zeb2 activa todos los programas protumorales y desactiva los antitumorales. Cuando lo silenciamos, ocurre lo opuesto", detalló Sheban. En síntesis, encontraron un mecanismo clave para reprogramar a los macrófagos y devolverles su rol como defensores del organismo.Los ensayos realizados en tejidos cultivados y en ratones mostraron que, al silenciar Zeb2, los macrófagos cambiaban de comportamiento y pasaban a atacar al tumor. Además, analizaron bases de datos de pacientes y descubrieron que quienes expresan altos niveles de Zeb2 tienen un riesgo mucho mayor de desarrollar formas más agresivas de cáncer.El desafío siguiente fue transformar este hallazgo en una herramienta terapéutica. Para eso, colaboraron con el profesor Marcin Kortylewski, del Centro Médico Nacional City of Hope, en California. Su equipo desarrolló una molécula de ADN diseñada para unirse específicamente a los macrófagos."Conectamos esa molécula a un pequeño ARN silenciador. Una vez que la célula la incorpora, el ARN desactiva el gen Zeb2", explicó Sheban. Al aplicarla en ratones con tumores de vejiga, comprobaron que los macrófagos eran reprogramados y los tumores se reducían significativamente. "Ahora nuestro objetivo es convertir esta estrategia en un tratamiento contra el cáncer en humanos", concluyó Amit.