Personal del STE trabajó para reanudar la operación de esta nueva ruta que llega a Mixcoac
Esta ruta conecta el oriente con el sur de la capital, además, facilita el transbordo con otros servicios de transporte
Bomberos de la CDMX arribaron al lugar para rescatar a los usuarios afectados por la falla del elevador
Un grupo de investigadores del Instituto Oceanográfico Woods Hole (WHOI, por sus siglas en inglés) realizó un hallazgo histórico frente a las costas de San Diego, California. Mientras desarrollaban una serie de pruebas técnicas con vehículos de exploración submarina, encontraron dos naufragios: el submarino USS F-1, perdido en 1917 durante un ejercicio naval, y un avión de entrenamiento de la Armada estadounidense que cayó al mar en 1950.Detalles de la expedición que resultó en un hallazgo histórico frente a las costas de San DiegoDe acuerdo con el comunicado oficial, la expedición se realizó entre el 24 de febrero y el 4 de marzo a bordo del buque de investigación Atlantis, operado por WHOI. Los protagonistas del hallazgo fueron el sumergible tripulado Alvin y el vehículo autónomo (AUV, por sus siglas en inglés) Sentry, dos de las herramientas más sofisticadas para exploración oceánica profunda. Ambos restos fueron localizados a más de 396 metros de profundidad.Cientificos hallan un submarino de 1917 en lo profundo frente a la costa de San DiegoSubmarino USS F-1: una tragedia de 1917El USS F-1 formaba parte de la flota de submarinos de la Armada de EE.UU. durante la Primera Guerra Mundial. El 17 de diciembre de 1917, colisionó con otro submarino en un ejercicio de maniobras y se hundió rápidamente, esto causó la muerte de 19 tripulantes. Durante décadas, su paradero fue desconocido hasta que los registros históricos orientaron a los investigadores hacia una zona frente a la costa de San Diego.Gracias al sistema de sonar del Atlantis y al mapeo realizado por el AUV Sentry, el equipo logró localizar el submarino en el primer día de búsqueda en 2025. El sumergible Alvin se encargó de descender al lugar para tomar imágenes y videos detallados, lo que permitió registrar la estructura del casco, los restos visibles y la fauna que actualmente habita el lugar.El avión militar olvidado en aguas profunda frente a la costa de San DiegoMientras realizaban las inmersiones en el área, los investigadores también identificaron un segundo objeto hundido. Se trataba de un avión de entrenamiento de bombarderos torpederos de la Armada, que cayó al mar en 1950. Ambos vehículos, separados por más de tres décadas en el tiempo, se encontraban en la misma región y compartieron el fondo oceánico desde entonces.Cientificos localizan un avion de las Fuerzas Armadas de EE.UU. en las profundidadesAunque el descubrimiento del avión no era parte del objetivo inicial, fue documentado con la misma rigurosidad. Las imágenes obtenidas ahora forman parte de un archivo en proceso de análisis por parte de historiadores y arqueólogos subacuáticos.Tecnología de exploración en aguas profundasLa misión se diseñó originalmente como una serie de pruebas técnicas para capacitar a nuevos pilotos del sumergible Alvin y evaluar mejoras en los sistemas de imágenes submarinas. Pero gracias a la precisión del sonar multihaz y a la capacidad de mapeo tridimensional del fondo marino, se logró no solo el hallazgo sino una documentación inédita de ambos naufragios.Según el equipo técnico, los modelos en 3D obtenidos permitirán estudiar con más detalle la estructura del USS F-1 y sus condiciones actuales, sin necesidad de realizar intervenciones físicas. Las cámaras de alta resolución, tanto del Alvin como del Sentry, fueron claves en la recolección de datos visuales."La tecnología oceánica avanzada y el sencillo trabajo en equipo fueron fundamentales para obtener estas nuevas imágenes", afirmó Bruce Strickrott, quien ayudó a dirigir la expedición. "Una vez que identificamos los restos del naufragio y determinamos que era seguro bucear, pudimos capturar perspectivas nunca antes vistas del submarino", agregó.La operación contó con el apoyo de varias entidades que incluyeron la Oficina de Investigación Naval (ONR, por sus siglas en inglés), el Comando de Historia y Patrimonio Naval (NHHC, por sus siglas en inglés), la Fundación Nacional de Ciencias (NSF, por sus siglas en inglés), y la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica (NOAA, por sus siglas en inglés).Brad Krueger, arqueólogo del NHHC, realizó su primera inmersión en Alvin durante esta misión. Destacó la importancia de preservar y documentar estos sitios, no solo por su valor histórico, sino por el significado que tienen para la memoria de la Armada. "Todos agradecemos esta colaboración, que también nos permitió documentar y evaluar el estado de las embarcaciones", agregó.El buque Atlantis y su misión científicaEl Atlantis, embarcación insignia del WHOI, es una plataforma especializada en misiones científicas en mar profundo. Con capacidad para albergar 60 personas entre tripulación y equipo de investigación, está equipado con laboratorios, tecnología de navegación de precisión y sistemas de comunicación satelital.Diseñado para apoyar misiones con el Alvin y otros vehículos del NSF, el Atlantis rara vez regresa a su base en Massachusetts. Su labor principal es llevar a científicos a regiones remotas del océano para estudios geológicos, biológicos y arqueológicos.
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En medio de la inmensidad de la llanura pampeana se alza una capilla de estilo urbano que sorprende por su remota ubicación. Rodeada por 3.000 hectáreas de campo despoblado, es incluso mayor que la propia iglesia de su ciudad más cercana. En su interior se encuentra un llamativo ataúd de cristal con la imagen de Santa Inés, quien da nombre al templo. La brisa del campo entra por las aberturas y el silencio es impactante, interrumpido solo por algún que otro pájaro o insecto. Esto lo convierte en el lugar ideal para aquellos fieles que buscan una introspección profunda.Pero su interior reluciente y fachada de sobrio e impoluto color marfil son un hecho reciente: hace tan sólo algunos años, Santa Inés estaba rodeada por yuyos que llegaban al metro ochenta de altura y sus paredes se descascaraban con cualquier inclemencia climática. Tras décadas de abandono, los vecinos decidieron reconstruir ese lugar que tanto apreciaban. Algunos habían pasado su infancia en la escuela de la capilla, donde estudiaban todos los niños de la zona. Otros, querían vivir en primera persona los recuerdos que les contaban sus padres y abuelos. Todos se unieron con el mismo propósito, retornar la construcción a sus años mejores."Al principio nos decían que éramos un grupito de locos, que era imposible recuperarla. Pero cuando empezaron a ver que, poco a poco, hacíamos algunos arreglos, la gente nos apoyó incondicionalmente. Para nosotros Santa Inés es todo: fe, amistad, momentos compartidos y comunidad. Hoy disfrutamos ese espacio sabiendo que nos costó mucho recuperarlo, pero que nos enorgullece haberlo hecho", afirma Silvia Pascual, habitante de la zona y parte de la comunidad que reconstruyó la capilla.El templo fue construido a unos 15 kilómetros de Carlos Tejedor, por la dueña de uno de los campos más importantes de la provincia de Buenos Aires como promesa a Santa Inés. Sirvió de escuela para más de 60 alumnos y un poblado creció a su alrededor. Cuando el tren dejó de llegar, fue abandonada. Estuvo prácticamente en ruinas durante años, hasta que sus vecinos decidieron reacondicionarla. Hoy es un punto de encuentro clave para los lugareños y se organiza, en cada aniversario, una peregrinación en su honor.Una promesa hecha realidadLa capilla fue construida en 1917 por María Inés Nazar Anchorena, una mujer de la alta sociedad argentina y dueña de una gran cantidad de tierras. Devota de su santa tocaya, Inés decidió levantar la capilla cumpliendo una promesa que le había realizado. Poco y nada se sabe sobre el motivo en sí, ya que la fundadora no compartió su motivación, pero sin lugar a dudas fue algo que la marcó para siempre.El campo donde se realizó la construcción era parte de una vasta extensión de tierras fértiles que habían sido arrendadas a chacareros que trabajaban la tierra. La construcción del templo no fue un acto aislado: junto a la capilla, Inés Nazar mandó a edificar una escuela con capacidad para alojar a unos cien alumnos, incluyendo dependencias para maestros, caseros y el sacerdote a cargo. Este conjunto no sólo atendía las necesidades espirituales de la comunidad, sino que también se convirtió en el centro educativo y social del paraje."Yo cursé mis estudios en la escuela de la capilla, donde éramos 54 chicos en un mismo grado hasta que se pudieron traer maestras de Lincoln y empezar a dividirnos en distintas aulas. Algunos veníamos en carruaje, otros en sulky o hasta caminando a las clases. Funcionó hasta que se decidió hacer una nueva escuela en el centro, frente a la estación", recuerda Raúl Alonzo, exalumno del colegio rural e histórico habitante de la zona.El colegio siguió activo hasta 1967, formando por cinco décadas a varias generaciones de niños locales. La vida cotidiana para los lugareños giraba en torno a la capilla y la escuela, donde los hijos de los trabajadores rurales recibían educación y formación en la fe. Inés Nazar donó la capilla, la escuela y las 3.000 hectáreas de campo a la Diócesis de Mercedes, que en aquel entonces tenía jurisdicción sobre la zona. Con la venta de los campos a quienes trabajaban las tierras en 1960, la capilla pasó a depender de la Diócesis de 9 de Julio.El silencio de las ruinasCon el paso de las décadas, varios factores llevaron a un abandono absoluto de Santa Inés. Con la venta de tierras y construcción de la nueva escuela frente a la estación de tren en 1968, gran parte de su actividad se fue apagando. Por otro lado, una reestructuración de las rutas ferroviarias de la región y el cierre del ramal que conectaba a Santa Inés con otras localidades, provocaron un éxodo de familias hacia zonas más prósperas.Durante más de cuatro décadas, la estructura permaneció en ruinas. Las plantas crecían entre sus muros, el sol se filtraba por los huecos donde antes había ventanales, y el silencio se apoderó del lugar. Desaparecieron algunas aberturas del colegio y hasta bancos de la capilla, mientras que el interior se llenó de excremento de vacas y palomas. El Padre Juan Carlos Maturana, precursor de la restauración, recuerda: "Cuando arranqué como párroco de Carlos Tejedor, los cardos eran prácticamente de un metro ochenta. El panorama era muy desolador".La restauración: el renacimiento de un símboloDurante el 2006, un grupo de vecinos, muchos de ellos descendientes de los primeros pobladores, decidió emprender la ardua tarea de restaurar la capilla. Con recursos limitados pero una determinación inquebrantable, lograron devolverle al edificio parte de su antigua gloria. Hoy, la capilla Santa Inés ha retomado parte de su papel como centro espiritual y social. Cada 21 de enero, en honor a la festividad, se realiza una peregrinación que congrega a fieles de diversas localidades."Aunque nadie lo creía posible, yo consideraba que la restauración debía realizarse para ser sede de la peregrinación anual. Hablé con el intendente y mandamos una cuadrilla a limpiar el piso, los bomberos manguerearon todo con el conducto para incendios. Las mujeres de la zona también ayudaron a limpiar. Poco a poco se fue sumando gente, hasta ser un equipo enorme", relata el Padre Maturana."Todavía no se pudo terminar, se necesita mucho dinero. Los arreglos se van haciendo por etapas, aunque cada vez más distantes entre ellas por el costo que significa cada parte de la obra. Para financiar la reconstrucción se agotó todo recurso posible: fiestas criollas, bonos contribución, algunas donaciones y recepción de materiales del Municipio de Carlos Tejedor. Siempre ponemos la mano de obra y en la etapa inicial lo pagamos todo nosotros. Por suerte, la gente nos ayudó y sigue ayudando mucho", narra Silvia Pascual.La Municipalidad de Carlos Tejedor declara oficialmente que "en el año 2006, gracias a la convicción de un grupo de vecinos y la colaboración de la comunidad, se inició la ardua tarea de restaurar el templo totalmente abandonado y destruido, logrando nuevamente que la capilla emerja del medio del campo derramando el esplendor de su estructura".La capilla Santa Inés representa para muchos un símbolo de la fe y la perseverancia de una comunidad que, a lo largo de los años, ha luchado por preservar su legado. Hoy, cada cuarto domingo del mes, a las 16 horas, se celebra una misa en su interior, donde la imagen de Santa Inés, custodiada por un ataúd de cristal, sigue inspirando a quienes la visitan.El diácono Tomás Penacino fue quien comenzó con la tradición de realizar una peregrinación al templo todos los años, en un comienzo todos los 8 de diciembre, por el Día de la Inmaculada Concepción de la Virgen María. Con el tiempo se decidió trasladarla al 21 de enero (o el domingo cercano a esa fecha) para celebrar a Santa Inés, a quien se le encomendaban numerosos pedidos y agradecimientos durante las celebraciones."Actualmente hay misa cada cuarto domingo del mes y viene gente caminando, en bicicleta y hasta a caballo. Llegan desde otras localidades como Carlos Tejedor, Colonia Seré, Tres Algarrobos, Pehuajó, Rivadavia, General Villegas, Lincoln y Juan Josè Paso. Incluso vienen biciperegrinos desde General Pico", afirma Pascual. Los locales también explican que compartir estas celebraciones genera un fuerte lazo de amistad, uniendo a la comunidad de la zona y afianzando los vínculos existentesSanta Inés es un destino ideal para quienes buscan turismo rural y conocer comunidades con historia. Se encuentra a unos 450 km de Buenos Aires y se tarda aproximadamente 6 horas por la Ruta Nacional 5 hasta Pehuajó, Ruta 86 hasta Carlos Tejedor y luego un camino rural de 20 km. Se recomienda un vehículo alto o camioneta, ya que los últimos kilómetros son de tierra y se puede dificultar el acceso en días de lluvia. La visita puede complementarse con gastronomía criolla y recorridos por estancias de la zona.
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